Wednesday, August 20, 2008

En Sucre, un taxista de los que cobran un precio fijo de 3 bolivianos para ir a cualquier lugar del centro y que apagan el motor en las bajadas, me hablaba de la diferencia entre peruanos y bolivianos. Los primeros son maleantes, los segundos trabajadores. También me contó cómo las cholitas cortan sus trenzas y tiran su pollera en el río cuando cruzan el puente internacional que las lleva a la Argentina, cuando emigran. Ellas dejan Bolivia y también su condición de cholas, y para eso hay vendedoras de pantalones deportivos esperándolas en la entrada de ese puente. En La Paz, las Cholitas llevan polleras largas y sombreros negros tipo Charles Chaplin. En Sucre y Cochabamba usan polleras más cortas, también otros tipos de mantas y sobreros de ala más ancha. Un orureño de familia de mineros, en una fiesta en El Alto, me dijo que su mamá es cholita y que las cholitas son lo máximo. En la avenida Mariscal Santa Cruz de La Paz, vi como una cholita le daba un cachetazo a un policía. Tres, lloraban desconsoladas contando la injusticia hacia sus maridos, colgados en cruces para protestar, en la Plaza San Francisco. Una amiga me contó que su hermana no estudiaba mucho en el colegio, y que su madre la amenazaba con ponerle pollera y hacerla chola, si no estudiaba. Muchas viven en el campo, son campesinas… venden polleras de chola en los mercados campesinos de todas las ciudades. Otras se dedican al comercio, e insisten “caserito comprame”, con vos de súplica. Tienen fama de pícaras, y así retrató a una personaje cholita la película Los Andes no Creen en Dios, estrenada en Bolivia en 2007. Con atuendos heredados de la época colonial y religión católica las cholitas (y los cholos, menos visibles, siempre de sombrero) se distinguen de los “originarios”, de las comunidades. Pero también de “la clase media”, personas de la ciudad, mujeres de pantalón, modernos occidentalizados.

Tuesday, August 05, 2008

cuando uno sube a un ascensor tiene que mirar al techo.

ni mirar al piso como alguien que le da verguenza encarar de frente a las personas.

ni mirar a las personas como si uno estuviera interesado en buscar amigos o novia.

mirar al techo.

así los otros piensan que uno piensa en cosas más importantes que las personas que nos rodean en el ascensor.

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