Monday, November 10, 2008

Por debajo de la fachada de un enfrentamiento étnico, podemos percibir los contornos del capitalismo global. Tras la caída de Mobutu, Congo ya no existe como un Estado operativo y unificado. Especialmente, su porción oriental esta constituida por una multiplicidad de territorios gobernados por caudillos locales controlando, cada uno, su porción territorial con ejércitos que, por regla, incluyen chicos drogados y un vínculo comercial con alguna empresa foránea o corporación que explota la mayor riqueza mineral de la región. Este entendimiento beneficia a ambos socios: la empresa consigue sus derechos de explotación minera sin impuestos y el caudillo obtiene dinero a cambio. La ironía es que muchos de estos minerales son utilizados en productos de alta tecnología como laptops y celulares. En resumen, olvídense de las salvajes costumbres de las poblaciones locales. Sólo remuevan a las compañías de tecnología avanzada de la ecuación y todo el edificio de guerra étnica cimentado por viejas pasiones se desmoronará en pedazos. Quizá la mayor ironía de todas sea que, entre los más grandes explotadores, se encuentran los tutsi de Rwanda, víctimas de un terrible genocidio hace sólo una década. En 2008, el gobierno de Rwanda presentó numerosos documentos que demostraron la complicidad del presidente Mitterrand (y su administración) en el genocidio de los tutsi: Francia respaldaba el plan para tomar el poder de los hutu, al punto de armar sus unidades de combate, para recuperar influencia en esta parte de Africa a expensas de los tutsi anglófonos. La declaración de rechazo de Francia frente a estas acusaciones como totalmente infundadas fue, por decir poco, por completo infundada. Llevar a Mitterrand al Tribunal de la Haya, aun en forma póstuma, hubiera sido un acto de verdad: lo más lejos que el sistema legal de Occidente llegó en este camino fue el arresto de Pinochet, quien, ya entonces, era un veterano y huidizo político. La acusación a Mitterrand habría cruzado esta fatídica línea y, por primera vez, habría enjuiciado a un líder político occidental que fingió actuar como protector de la libertad, la democracia y los derechos humanos. La lección de un juicio semejante habría sido también la complicidad de los poderes liberales de Occidente en lo que los medios presentan como la explosión del “auténtico” barbarismo del Tercer Mundo.

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